Muy bueno!
¿Este es uno de los de tu libro?
Cuentos para días de lluvia

El negocio me parecía desierto, un cementerio de camas y colchones, acá y allá lápidas de goma espuma anatómicas para todos los gustos. Sonaba todavía el adminículo que delata la entrada de clientes, ese que te silba como un camionero a un par de tetas. Adentro hacía frío igual que afuera, en la Patagonia cuando termina el verano empieza el invierno.
-Buenos días -me anuncié.
Del fondo del comercio vino, a paso redoblado, una mujer de aspecto anciano, de maestra buena venida a menos. Carraspeó demasiado antes de acercárseme del todo.
-Hola, joven. Dígame que se le ofrece.
-Bueno... Estoy buscando un colchón...
La vieja pareció considerar demasiado la idea, como si regenteara un negocio de cualquier otro rubro o le hubiese pedido algo imposible.
-¿Vos sos el hijo de Lanumiere? -me preguntó, con tono acusatorio- ¿No es cierto?
¿Qué carajo le importaba a la vieja el dato? Aunque, pensé, un descuento no me vendría nada mal.
-Sí, soy...
-¿El más grandecito de los nenes?
-Claro, sí...
-¡Cómo has crecido! -se le llenó la mirada de neblina soñadora- ¡Yo los conocí de chiquitos! ¡Qué manera de hacer cacona en la cunita! ¡Si en un año compraron tres colchoncitos!
Hizo una pausa, pero yo ya no tenía reacción, jamás me habían arrojado a la cara la verdad de mis deposiciones infantiles. Ignorante de -o indiferente a- mi estado catatónico, continuó:
-¡Los píses que se hacían los mocosos!
Antes de que pudiera siquiera entender lo que había escuchado, la vieja se conmovió en una carcajada de cuerpo completo, como de reídora de sitcom argentina. Después se recató de golpe y arrancó con tono cómplice:
-¿Buscás uno de dos plazas, querido?
Pensé: "Nadie, nadie jamás puede llamarme ´querido´ en una colchonería", pero preferí escaparme por la tangente diplomática.
-No, señora... Mi pieza es bastante chica, busco de una plaza, más bien angosto, como el de Bela Lugosi.
-No trabajo esa marca -en su voz había algo más que ignorancia cinéfila, parecía decepcionada-. Los colchones angostos son incómodos para dos. Si la plata es el problema puedo financiártelo. Conociendo como conozco a tus padres, faltaba más.
-Es que vivo solo.
-No puede ser.
Su apreciación fue tan categórica que me quedé perplejo, ¿que no puede ser qué?. Ella aprovechó mi baja guardia para seguir el uno dos, uno dos.
-¡Con la de chicas lindas que viven en este pueblo! ¡Un chico así, de tan buena familia!
Acto seguido, como por invocación de Satanás, oí que detrás mío se abría y se cerraba la puerta con ese ruido característico del otoño invernal patagónico (silencio-tornado-silencio). La vieja miró sobre mi hombro y su cara se volvió sonriente. Como en cámara lenta yo giré mi cabeza al mismo tiempo que la vieja comenzaba a hablar.
-Sin ir más lejos ahí está llegando mi nena -sus palabras me entraban por el oído izquierdo en tanto yo ya veía por el rabillo del ojo la figura más bien grande de la "nena" y el adminículo de la puerta iniciaba su silbido fatal.- ¡Hola Lucianita, mirá con quién estoy! -completó la vieja.
Era alta, grande de espaldas y con todo su volumen multiplicado por el abrigo. La gente que viene de Capital suele fantasear con lo que ocultan las mujeres locales bajo la deformidad de las camperas y botas, pero los residentes del sur ya perdimos todas las esperanzas. Primero me pareció, y luego confirmé, que su mirada iba un poco más allá del simple reconocimiento. Sospeché que me quería abrazar desde su primera reencarnación y que ahora, finalmente, el destino de La Momia se habría de cumplir.
Me volví para encarar a la vieja, sintiendo a mis espaldas el peso de la amenza. La vieja no se inmutó por el reproche que trataba de imprimirle a mi gesto. Mirándome con viveza criolla y la cabeza ladeada, dijo:
-Mirá, querido esto queda entre nosotros -buscó en su bolsillo y sacó una llave-. Vos probás la camita de dos plazas y después me decís, eh. Sin obligación de compra, ¿sabés?
Me dio la llave y por si no había entendido me cabeceó en dirección a su nena, a mis espaldas tronó un suspiro y sentí el clamor de los roces en la campera de duvet.
Entonces ya no quise resistirme ni pensar.
Me dejé caer en manos del instinto, confié en mis reflejos más ancestrales: con la llave en alto como una antorcha olímpica fui hasta la puerta, seguido de cerca por la nena. Casi sintiendo su contacto puse la llave en la cerradura.
Cuando me aseguré de que creyeran que cumpliría sus deseos, abrí de un tirón y, aunque sentí que el lateral de la puerta se incrustaba en un tabique nasal, escapé corriendo lo más rápido que pude, sin mirar atrás.
Nota: No se han dañado personajes reales durante la filmación de este cortometraje. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. El Duvet se refiere a esas camperas de pluma de ganso estilo muñeco de Michelin. Oferta de colchones por tiempo limitado.

Otros posts que podrían llegar a gustarte...
Comentarios
-
En realidad es casi escritura automática en un mail, pero quedó lindo pa´cuento, así que quizá crezca y se sume a futura(s) antologías.
Fabio... te fuiste al carajo!! Esa cama de donde la sacaste?? Parece de los Roldán!!! JUEJUE!
-
Hola Fabio
Soy periodista de Revista ELLE y estoy haciendo una nota sobre Internet y sitios exoticos. Y tenia ganas de involucrarte en la nota. Contame como te puedo ubicar, (un teléfono?)
gracias
Gabriela
el mio es 5168-1471
-
gabriela, acabo de intentar llamarte pero por lo visto no estabas. Podés escribirme a [email protected] , contesto todos los mails que recibo así que no dudes en escribirme. Yo intentaré llamarte nuevamente a sí me entero de que se tratan los sitios exóticos, ejejejej ;)
-
Je, bueno, bueno el cuentito...Coincido con Cattel, un estilo "meilísitco" tiene; pero gustó...Che, y en cuanto a tu "muso inspirador"...a él sí lo metió p`al cuarto la colchonera?!Je.
PD: Cattel, tembién coincido en lo de la cama...Jejeje.
-
Al muso todavía no lo pasaron pal´cuartito, pero ya va a caer.
Todavía queda explicar lo vergonzoso que es comprar un piyama en ese pueblo...
Saludos.